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Ningún niño merece una infancia infeliz. Esto debió pensar el piloto norteamericano Gail S. Halvorsen cuando aterrizó su avión en el aeropuerto berlinés de Tempelhof durante el abastecimiento aéreo a la población en 1948, en los peores momentos de la postguerra. Acercándose a un grupo de niños que, amontonados, observaban los aviones tras las alambradas, les entregó un par de chicles y se apenó al ver cómo los desmenuzaban en pedazos minúsculos para repartirlos. Quedó tan consternado que prometió arrojar más desde su avión al día siguiente. Les confió un secreto: para identificar su aparato y que estuviesen preparados, movería las alas antes del lanzamiento. Esa actuación, completamente anti-reglamentaria, terminaría desencadenando consecuencias maravillosas.

Como recuerda el Profesor Emérito de Ética Empresarial D. Melé, más allá de la responsabilidad derivada de los deberes legales, existe una responsabilidad moral derivada de la capacidad para reflexionar sobre las propias acciones y sus consecuencias en términos morales, esto es, con referencia al bien y al mal ocasionado. Por este motivo, la obediencia debida que alegan quienes, cumpliendo con la Ley, causan daños o dejan de producir el bien, es un argumento muy pobre en términos éticos y bastante manido en los tribunales internacionales que juzgan crímenes contra la Humanidad. Para no restringir el Compliance a la satisfacción de deberes legales, la norma ISO 19600 sobre Compliance Management Systems (CMS) considera que las obligaciones de Compliance son aquellas que una organización debe cumplir –las que vienen impuestas por la Ley, por ejemplo-, pero también aquellas que elige voluntariamente cumplir –las recogidas en un Código Ético, por ejemplo-. Es a través de esta segunda categoría por donde irrumpen en la esfera del Compliance obligaciones que trascienden de la legalidad, incorporando contenidos conexos con la ética y los valores. Este es el motivo por el cual la traducción española del estándar ISO mantuvo el anglicismo “compliance” en lugar de interpretarlo como “cumplimiento”, rehuyendo la acepción tradicional de este término -asociado con el marco legal-, que es sólo una parte del universo del Compliance, en su sentido moderno.

Aquella noche el teniente Halvorsen se hizo con algunos chicles y caramelos. Para que no dañasen a los niños al caer, junto con su tripulación los empaquetaron y unieron a pequeños paracaídas elaborados con pañuelos. A la mañana siguiente cumplió su promesa y los arrojó desde su avión. Durante las semanas siguientes repitió secretamente esta acción, pero los niños que aguardaban el lanzamiento se convirtieron en multitud. La situación se le estaba escapando de las manos.

Las personas tenemos un valor que nos hace acreedoras de respeto incluso en las peores circunstancias, siendo ese el fundamento de la dignidad humana. Por ello, el ser humano nunca debería ser tratado como un medio para conseguir un fin, como ya expresó el filósofo Immanuel Kant en el siglo XVIII. No somos un mero “recurso” que gestionar en las empresas y, por eso, algunas ven apropiado renombrar los departamentos de “Recursos Humanos” (HH.RR.) por los de “Personas” o incluso “People”, para los más “cool”. La “cosificación” de las personas es algo deplorable que atenta contra su dignidad y es contraria a los Códigos Éticos más elementales. Por ese motivo, Compliance debería también cuidar que nadie en la organización sea tratado sin respeto o consideración, incluso cuando haya transgredido sus obligaciones y malogrado su reputación: hasta en tales casos, no pierde su dignidad como persona. Y eso no hay que interpretarlo en clave de compasión, sino de pura consistencia con el cumplimiento de los valores de la organización.

Un periódico berlinés escribió un extenso artículo sobre el lanzamiento de dulces para los niños y destapó las “misiones secretas” de Gail Halvorsen. El General William H. Tunner lo llamó a su despacho y el piloto acudió temiéndose lo peor. Pero en lugar de recibir una reprimenda, fue objeto de felicitación y la noticia se extendió por los Estados Unidos. Llegaron entonces dulces en aluvión, provenientes de familias y empresarios, empaquetados con gran ternura y algunos de ellos con su pequeño paracaídas incorporado.

La cultura de integridad en las organizaciones permite a sus personas desarrollar y reconocer las conductas correctas, incluso cuando no están explícitamente reguladas. Por eso, tanto los estándares más modernos sobre Compliance como los poderes públicos, remarcan la importancia capital de cultivar los valores: en España, la Circular 1/2014 de la Fiscalía General del Estado y la Sentencia de 29 de febrero de 2016 del Tribunal Supremo son excelentes muestras de ello.

Aquellas Navidades muchos niños berlineses soportaron mejor las privaciones gracias a los dulces que llovieron del cielo. Uno de ellos era la pequeña Jutta B., que más adelante estudió derecho y literatura en la Universidad Libre de Berlin, se doctoró en San Francisco e impartió allí clases de alemán. Cuando compartía esta entrañable historia a sus alumnos, no podía evitar llorar y al poco rato lo hacía toda la audiencia, recordando a quien fue llamado “el hombre con el corazón de chocolate”.

Gail S. Halvorsen repitió sus lanzamientos aéreos en Bosnia (1994) e Iraq (2003).

Alain Casanovas