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El mundo ya no es el mismo que hace uan década, ni dentro de 10 años seremos igual que hoy. El mercado cambia, las estrategias de negocio y por tanto los modelos de crecimiento han de adaptarse a la nueva realidad y anticipar un futuro donde el cambio será la tónica general. Por lo tanto la pregunta es obvia: ¿los abogados nos estamos adaptando a esos cambios? Y es que muy probablemente seamos una de las profesiones más reticentes al cambio.

¿Acaso nos hemos parado a pensar las consecuencias de los cambios vividos en las empresas a las que asesoramos?, ¿conocemos sus nuevas realidades?, ¿deberíamos complementar los servicios proporcionados?, ¿disponemos de un proceso de innovación formal en nuestras estructuras?

La nueva realidad nos obliga a dar pasos rápidos para adaptarnos a las circunstancias actuales, orientados a un ineludible cambio de los servicios jurídicos, tanto desde el punto de vista exógeno como endógeno.

Exógeno por cuanto, los servicios requeridos: actualmente son radicalmente distintos a los tradicionales. Cada vez queda más patente qué servicios no aportan valor añadido: los pleitos, contratos, dictámenes, opiniones jurídicas, por ejemplo, empiezan a convertirse en servicios que no marcan la diferencia. Actualmente, el cliente exige valor en todo, esto se traduce en soluciones que faciliten la toma de decisiones, que diseñen la estrategia empresarial en el ámbito que corresponda… Servicios que estén por encima de lo meramente técnico-jurídico. Servicios que, incluso, puedan estar accesibles para el cliente con un mero golpe de ratón. No olvidemos que vivimos tiempos de absoluta accesibilidad de la información, por lo tanto, para que un cliente aprecie valor en el asesoramiento profesional, es imperioso ofrecer algo más. Anticipar, ir un paso más allá.

Endógeno, ya que el abogado debe cambiar la perspectiva del asesoramiento profesional. No basta con ser un excelso conocedor de la norma, que, por supuesto, es necesario, sino que hay que ir más allá. Por un lado, enfocándonos en el cliente, en sus necesidades, conocer su producto, los procesos de fabricación, tanto desde el punto de vista de las eventuales consecuencias jurídicas de su operación, como desde todos los puntos de vista que tengan impacto en su negocio.

En segundo lugar, es necesario conocer la industria en la que opera, la idiosincrasia de la misma, la especialidad de su negocio, las tendencias jurídicas del sector, las tendencias competitivas. Sólo así, el asesoramiento jurídico podrá orientarse a soluciones de negocio reales y únicas y no sólo a la mera resolución del problema a través de soluciones estandarizadas.

Por último, es vital tener una visión global e internacional en el asesoramiento. En el mundo actual no hay fronteras y los clientes no conocen husos horarios ni costumbres locales. Ya no sólo es esencial adaptarse a lo global, sino que hay que ser global.

Teniendo en cuenta las reflexiones anteriores, ¿cómo puede, el abogado, adaptarse al necesario cambio para convertirse en el abogado del futuro?

Es vital cambiar el signo de los productos y servicios que se oferten al mercado. Ya no basta con atender de forma solvente a problemas técnico/jurídicos específicos, sino que es necesario aportar soluciones de 360 grados que integren tanto las respuestas jurídicas como las de otras disciplinas. Por ejemplo en un problema de seguridad de la información, no basta con redactar los protocolos de uso de las herramientas informáticas, sino que hay que ofertar la implantación de los sistemas que contengan esas eventuales fugas de información. Por ello, el abogado del futuro debe conocer que existen esas herramientas informáticas, entender su funcionamiento, tener acceso a los profesionales que las desarrollan y, en consecuencia, poder ofrecer una solución de negocio completa al cliente.

En conclusión, la innovación no debe ser un concepto patrimonio de otros ámbitos empresariales, sino que debe presidir la oferta de servicios de cualquier abogado.

De la misma manera debemos ser capaces de adaptarnos al cliente en cuanto a la manera que tenemos de facturar nuestros honorarios. En la actualidad, difícilmente es sostenible la manera tradicional de facturar ya que se busca mayor flexibilidad y ajuste a los servicios prestados. El cliente exige presupuestos cerrados confortables en su plan de costes; fórmulas de facturación que convenga a ambas partes y que exijan un mayor compromiso del abogado por un resultado excelente; nuevos sistemas de facturación que transmitan al cliente el compromiso del profesional con la prestación de servicios de valor añadido.

Y llegados a este punto, ¿cómo puede, el abogado del presente liderar el cambio y convertirse en el abogado del futuro?

Por un lado, tomando conciencia de que, también los abogados debemos ser permeables a los cambios. Debemos escuchar a nuestros clientes. Seguro que todos nos vemos reflejados en una escena en una sala de reuniones en la que somos nosotros quienes, antes de que el propio cliente nos exponga sus necesidades, ya hemos solucionado los hipotéticos problemas. Cambiemos esa mentalidad tan común en los abogados, escuchemos a los clientes, entendamos sus necesidades, y, después, aportemos soluciones. De este modo cimentaremos una relación de confianza, firme y duradera.

Por otro lado, tratemos a los clientes como socios, como compañeros de viaje y busquemos soluciones conjuntas. Para ello, llevemos a cabo un ejercicio de empatía, pongámonos en su lugar y anticipémonos a sus necesidades. Percibamos al cliente de forma global, interactuemos con otras disciplinas e incluso con otras especialidades de servicio para aportar soluciones completas.

Igualmente, cambiemos la forma de relacionarnos con los profesionales que forman parte de los equipos. El abogado del futuro no sólo anhela ser socio de un prestigioso Despacho, quiere tener una carrera sostenible, equilibrada y compatible con otros ámbitos de la vida. Gestionemos a nuestros colaboradores con la transmisión de valores, con la exigible transparencia, haciéndolos partícipes del proyecto, y mitigando jerarquías que frenen el desarrollo de aquellos profesionales con talento.

Remarquemos el teletrabajo, la flexibilidad, la confianza en el colaborador y la evaluación por objetivos cumplidos. El abogado del futuro nos lo exige.

Adaptémonos, en suma, al imparable cambio del modo de prestación de los servicios profesionales y asumamos que, incluso a los abogados, cada vez nos queda menos para afrontar nuestra propia transformación.

Fernando Bazán, socio de Deloitte Abogados