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El poema favorito de Nelson Mandela se llama “Invictus” y su última estrofa proclama: “yo soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma”. El que fuera uno de los mayores activistas que la historia ha conocido hasta el momento, quizás hoy confiaría menos en las palabras de aquel poema de William Ernest Henley si supiera que su activismo, a día de hoy, probablemente sólo llegaría a aquellos que ya estaban convencidos de antemano.

Desde 2009, los resultados que cada persona obtiene de una misma búsqueda en buscadores de internet son distintos. Los buscadores y otros programas con Inteligencia artificial han pasado a sugerir los resultados que ellos entienden como mejores para cada uno de nosotros en particular, poniendo en uso alrededor de 57 indicadores (dónde nos encontramos, qué navegador utilizamos o qué páginas web hemos visitado recientemente) a los efectos de deducir quiénes somos y qué clase de páginas gusta a cada uno. Son los llamados filtros burbuja.

Eli Praiser, en su libro “Filtro burbuja: cómo la web decide lo que leemos y lo que pensamos” (Taurus, 2017), pone de relieve lo variopintos que pueden ser los resultados de búsquedas incluso entre personas con un genoma de intereses relativamente similar.

En 2010, cuando los restos de la plataforma petrolífera Deepwater Horizon vertían crudo en el Golfo de Méjico, el autor pidió a dos amigas suyas que buscaran en un determinado buscador el término “BP”. Los resultados obtenidos por ambas respectivamente fueron llamativamente dispares: mientras a una la derivaron a información sobre inversiones relacionadas con BP, a la otra en cambio le aparecieron noticias. En este sentido, el propio Eli Praiser reconoce que si bien es cierto que siempre hemos acudido a aquellos medios o recursos de información que se adecúan a nuestros intereses, los filtros burbuja van más allá:

  1. Cada filtro es único, creado específicamente para el usuario, a raíz de los que parecen ser sus intereses o prioridades.
  2. Los filtros son invisibles, el usuario recibe la información que el buscador concibe como atractiva para él, pero desconociendo los parámetros que lo llevan a determinar que sea así. Por ejemplo, la amiga que recibió información sobre inversiones no comprendió el porqué de ese resultado, por cuanto no era inversora en bolsa.
  3. El usuario no puede elegir entrar o no en la burbuja, recibe información sesgada de forma predeterminada, alimentando la noción de que es el tipo de información que quiere recibir, por el mero hecho de haberla visto.

Esta realidad tiene una doble cara oculta. Por un lado, está aquello que Danah Boyd definió en 2009 como “el equivalente psicológico a la obesidad”. Si nuestras fuentes de información están hechas a nuestra medida, hay menos margen para los encuentros casuales, el aprendizaje y la creatividad. Nos reafirmamos permanentemente en nuestras convicciones y observamos exclusivamente aquellos aspectos de la sociedad que nos entretienen y estimulan, obviando otras realidades que, por ser menos atractivas, no encuentran puerta de entrada a nuestra burbuja.

Por el otro lado, la incesante cascada de información que nuestros datos arrollan sobre nosotros. Siendo nosotros ignorantes del tráfico permanente de los mismos, las compañías los utilizan para mostrarnos anuncios también personalizados, basándose en los intereses y estado de ánimo que perciben de cada uno, al objeto de promover su negocio y sin que el consumidor sea consciente de la táctica que subyace en los anuncios que vislumbra de forma subliminal en la web.

La empresa no es ajena a estas circunstancias que también viven sus empleados. Es más que conveniente que conozca la realidad de lo que la red ofrece a la hora de gestionar las obligaciones de formación para con sus trabajadores, tanto en el aspecto de la definición del contenido de la formación, como en la forma en que la formación se ejecuta. La misma conclusión puede derivarse de eventuales procesos de selección “delegados” en determinado software, o conclusiones de datos delegados a programas informáticos.

Como bien enuncia Eli Praiser en su libro, durante un tiempo parecía que internet iba a re democratizar por completo la sociedad. No obstante, para el autor, la democracia demanda una dependencia con respecto a hechos compartidos y lo que la red nos ofrece son universos paralelos separados, impidiendo que seamos amos de nuestro destino porque el mismo lo define y dirige la red. Quizás el gran logro de Nelson Mandela nunca habría llegado si los únicos que hubieran escuchado todo lo que tenía por decir hubieran sido sólo aquellos que libraban su misma lucha.

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Fuente: Cuatrecasas

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