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Hasta fechas muy recientes cuando los profesionales recibíamos información de ataques cibernáuticos, pensábamos siempre en algún tipo de encriptación de documentos que no nos permitían el acceso a su lectura, es decir quedaban inaccesibles, si bien con acudir a la nube donde generalmente descargamos diariamente nuestra información, nos topamos con que -información sensible a un lado-, el daño que se nos ocasionaba era menor, uno o dos días de trabajo, es decir el equivalente al tiempo de la última descarga en cloud de la información.

Mas esto cada día cambia de manera más vertiginosa. Nos desayunamos recientemente con la noticia de que un Casino de las Vegas fue ciberatacado porque los piratas informáticos habían accedido a información sensible a través del sistema de pecera inteligente instalado al lado delas máquinas tragaperras, concretamente por el termostato que regula la temperatura para la supervivencia de los peces.

Ellos nos obliga a hacer una consideración en torno a la personalidad de este tipo de “profesionales”, en el sentido más literal de la palabra, es decir personas que se valen de una habilidades que le reportan un beneficio. Este perfil, cuanto menos curioso, ha evolucionado en las tres últimas décadas, en forma paralela a cómo ha evolucionado la tecnología y la misma sociedad.

Los ciberatacantes o hackers de los 90 eran tan jóvenes como la tecnología que estaban probando, y la experimentación era su máxima, llegar más allá que cualquier otro, saltándose obstáculos que en aquellos años eran muy novedosos, pero que hoy no pasarían del adjetivo arcaicos. Era una época de prueba sin el más mínimo control por los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, que en absoluto estaban preparados. Ni siquiera se contemplaba esta intromisión en la vida de los demás como un delito, por lo que en principio el hacker no era un criminal en el sentido literal de la palabra.

El cambio de siglo y de milenio nos trajo al ciberpirata “lucrativo”. Esa imagen del hacker adolescente ha derivado en un tipo de pirata informático que deja a un lado la ideología para inclinarse por un perfil decisivamente más económico. Es de el punto y hora en que la información es poder, y el poder, dinero, el hacker ya no se centra en la experimentación, por el placer de ésta sino que se convierte en un ávido devorador de información vendiéndola al mejor postor, incluso a gobiernos que extorsionan o que son capaces de modificar los resultados de elecciones con lo que ello supone de nuevo, en términos de poder.

¿Pero cómo es el ciberhaker tipo actual?. No vamos a decir que el dinero no sea importante, porque no en vano es el motor del mundo, o al menos el motor del mundo empresarial, pero sí es verdad que parece que se están recuperando antiguos patrones del siglo XX.

El nuevo perfil de hacker vuelve a perseguir y tener como objetivo superar el reto más difícil, porque eso “mejora” su CV y su posicionamiento en la consideración de sus compañeros de fechorías. La leona no va ya a por la gacela coja, sino por la más hermosa y rápida, para poder competir en calidad y rapidez con sus compañeros hackers. Lo meritorio es entrar en el Pentágono, en el FBI o en la CIA, que se suponen son los centros de información más seguros del mundo, curioso verdad?.

La pregunta es: ¿cómo será el perfil del ciberhacker de la tercera década del siglo XXI?. Apuesten por lo más rocambolesco que no se equivocarán…


Rafael Jiménez Díaz