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Contaba el filósofo Arthur Schopenhauer que al llegar a una edad avanzada y evocar nuestra vida, esta parece haber tenido un orden, un plan, como si la hubiera compuesto un escritor. Tal vez se deba al hemisferio izquierdo de nuestro cerebro, que el neurocientífico Michael G. Gazzaniga llama “intérprete”, y que automáticamente brinda una explicación lógica para todo. Dicho hemisferio busca constantemente la coherencia lógica de cuanto acontece y, por eso, decisiones emocionales o hechos que fueron accidentales los percibimos como parte de una trama lógica.

Defiende Gazzaniga que nuestro “yo” no es más que un relato que construimos, interiorizamos y que contamos sobre nuestro pasado, el presente y el futuro. No soportamos un mundo caótico y repleto de sucesos aleatorios: por eso nos sentimos frustrados y nos preguntamos “por qué” cuando sufrimos accidentes o somos víctima de arbitrariedades. Nuestra vida es un relato que imaginamos sobre la marcha y luego interpretamos en perspectiva. Todos “pensamos que tenemos una historia que contar… con un par de datos podemos elaborar toda una historia”, concluye Gazzaniga. En compliance, saber que cada persona porta un relato urdido inconscientemente ayuda a gestionar sus conductas y expectativas.

Defiende Gazzaniga que nuestro “yo” no es más que un relato que construimos, interiorizamos y que contamos sobre nuestro pasado, el presente y el futuro

Relatos para vivir y relatos para morir

Decía Nietzche que “quien tiene un porqué vivir puede soportar cualquier cómo”, idea que el neurólogo y psiquiatra Viktor Frankl señaló como pilar de nuestra fuerza interior y motivación de “todos los esfuerzos psicohigiénicos y psicoterapéuticos”. Necesitamos un relato para vivir, pero también para morir. La psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross, célebre por sus estudios con pacientes desahuciados, advirtió la facilidad para aceptar esta situación en personas que habían logrado dar sentido a su vida. Apuntó que “quizás al final de nuestros días, cuando hemos trabajado y dado, disfrutado y sufrido, volvemos a la fase en que empezamos, cerrando el círculo de la vida”.

Los sujetos que no han construido este relato prolongan las fases de ira y depresión que prececen a la de aceptación de su situación terminal. Construir un relato sobre nosotros mismos explica el modo en que nos comportamos y también nos ayuda a afrontar las situaciones más difíciles. Pero es un relato que solo existe en nuestra imaginación.

La psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross apuntó que “quizás al final de nuestros días, cuando hemos trabajado y dado, disfrutado y sufrido, volvemos a la fase en que empezamos, cerrando el círculo de la vida”

No podemos ir en contra de nuestro propio relato

Incluso personas que han mantenido posiciones políticamente antagónicas, son capaces de explicar su evolución y darle coherencia –para ellos mismos, principalmente, pero también para el resto de sujetos-. Pero nadie es capaz de explicar un salto lógico en su pensamiento o conducta sin una explicación que pueda incorporar a su relato. El psicólogo Daniel Kahnemann fue el primero en describir las limitaciones de la mente humana para procesar y reconocer los cambios abruptos de creencias. En este sentido, es más sencillo “añadir” creencias que sean coherentes con el relato de cualquier persona, que tratar de “eliminar” o “sustituir” las que ya tiene.

Si un directivo está persuadido de que cumplir la ética en los negocios es una idiotez, será mucho más trabajoso convencerlo de que su creencia es incorrecta, que mostrarle cómo observa conductas éticas en otras muchas facetas de su vida (con su familia, por ejemplo) y que se espera que siga haciéndolo en su actividad profesional. Así se logra añadir una nueva creencia (“ser éticos en la empresa es bueno”) que es coherente con el relato del propio sujeto (“realmente, ya soy una persona ética”).

Ser íntegro por convicción

No cabe duda de que el modo de garantizar una conducta ética y alineada con las normas es que las personas verdaderamente lo quieran. Y esto sólo sucede cuando sus modelos de creencias así lo dictan, como apunta el experto en inteligencia emocional Daniel Goleman. Por eso, los esfuerzos en materia de compliance no van destinados tanto a forzar el cumplimiento de las normas (mediante la vigilancia y el castigo, por ejemplo) sino a lograr su interiorización, incorporando creencias coherentes con los relatos de las personas.

Alain Casanovas