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El pesimismo nunca ganó ninguna batalla” Dwight D. Eisenhower

La actual crisis sanitaria es indiscutiblemente global. Al igual que otros fenómenos positivos que conlleva la universalización de nuestras economías y mercados, de los desplazamientos de población, del turismo y del comercio, pagan el peaje de verse afectadas, en pocos días, por cualquier cosa de gravedad que pase en cualquier rincón del mundo. Y el mercado del arte, lógicamente, no queda ajeno a ello.

No soy partidario de las múltiples teorías catastrofistas que circulan con rapidez por redes, medios y foros de debate: “el mundo ya no se parecerá a lo que era”, “entramos en una nueva era” o “la forma de vida va a ser radicalmente distinta” y profecías parecidas, se me antojan muy impactantes para la captación de lectores rápidos, pero poco asentadas en la Historia. Los cambios de comportamiento humano raras veces ocurren tan rápidamente, incluso ante graves amenazas, guerras o pandemias.La humanidad se mueve por sus inercias, y va asimilando, transformando, adaptando las nuevas realidades, procurando que se parezcan mucho a las que ya tenían.

Sin embargo, cada hecho traumático sí puede resultar el impulso necesario para que tendencias que ya estaban en marcha, aceleren su implantación. Veamos resumidamente cuáles tienen visos de cambiar, cuáles no y qué nuevas herramientas saldrán más reforzadas o generalizadas:

Los espacios que conectan la obra de arte con el púbico

Nos referimos, claro está a los museos, las ferias internacionales de arte, las exposiciones y todos los eventos que, de forma exclusiva o en combinación con otras manifestaciones culturales, permiten al espectador (sea éste un mero curioso, aficionado o coleccionista) estar en contacto presencial y directo con la obra de arte.

Prescindiendo del tiempo que la superación de la batalla contra el Covid-19 vaya a durar, no creemos que estos comportamientos desaparezcan, sino más bien, volverán a algo idéntico o muy parecido a lo que eran hace pocos meses. El turismo se reactivará, los desplazamientos de población volverán a su ritmo habitual (aunque sea bajo nuevas precauciones sanitarias) y la curiosidad innata del hombre por viajar no desparecerá, a menos que esa actitud se instalase como hábito durante varias generaciones. Internet y el acceso a conocer cualquier cosa en cualquier parte del mundo juegan a favor; no la substituyen.

Factor positivo: durante los meses en que la emergencia sanitaria mundial permanezca, millones de espectadores están disfrutando del arte, de los museos y de aquellas galerías que ya estaban adaptadas a exhibir sus obras de forma virtual (y las que no lo estuvieran, lo harán). Sin pudiéramos medir exactamente el número y tipología de visitantes que muchos museos y galerías, revistas de arte o espacios culturales públicos o privados están teniendo en estos tiempos de confinamiento, nos llevaríamos, seguramente, una grata sorpresa. Seguramente, incluso, porque veríamos hasta perfiles de público hasta ahora ignorados. Este avance quedará, y por tanto es de imaginar que este tipo de operadores comenzarán a comercializar también accesos bajo pago a sus exposiciones. Pero este fenómeno irá a sumar, en vez de restar, a los visitantes presenciales que seguirán acudiendo.

El mercado

Conectado estrechamente con el fenómeno anterior, también negamos la visión catastrofista. Pero hay motivos que lo explican.

Los mercados financieros se han visto, una vez más, negativamente sacudidos por la crisis sanitaria. Al margen de aquellos que han pescado en el río revuelto para afianzar sus posiciones en ciertos sectores (y algunos estados como China, entre ellos) o simplemente para especular, se ha vuelto a confirmar que en los mercados de valores, o se tienen plomo en las venas, o mejor dejarlo para los profesionales.

Sin embargo, el arte es una inversión más a largo plazo, menos volátil y por tanto algo más inmune a los altibajos. El propietario de una obra de arte con buena proyección de revalorización puede ver acrecentada su ansiada seguridad ahorradora frente a mercados más sensibles e interconectados con la realidad financiera y crediticia, como el inmobiliario. E incluso,se ha visto en el actual estado de alarma, cómo la imposibilidad de poner en rentabilidad un inmueble por el sencillo hecho de que las autoridades prohíben la circulación de personas frustra unas expectativas de rentabilidad, sin horizonte claro de salida.

Factor positivo: los profesionales tendrán que hacer un esfuerzo para explicar al mercado la mayor seguridad de la inversión en arte. Tendrán que incorporar mecanismos que permitan transacciones seguras a distancia (utilizando la tecnología Blockchain, las criptomonedas) así como la Inteligencia Artificial como parte de sus estrategias de marketing previo a la adquisición de una obra. Y todo ello debiera generar nuevos profesionales adyacentes que, hasta ahora, solían ser ajenos al mercado del arte: informáticos, expertos en marketing digital, asesores para nuevos tipos de transacciones, etc.

Los servicios auxiliares del mercado

El mercado mundial del arte requiere de transporte y de compañías aseguradoras. Estas últimas, sin duda, necesitarán revisar sus condiciones contra actuales para incorporar, de una forma más detallada y basada en la desgraciada experiencia de este crisis, cláusulas, salvaguardas y términos más precisos que definan la fuerza mayor como causa de interrupción de las prestaciones contractuales, arbitrando mecanismos compensatorios justos para ambas partes. Pero lo harán y el mercado lo incorporará sin mayor problema.

Factor positivo: El avance en las transacciones a distancia, no por la imposibilidad de viajar (que aventuramos exclusivamente pasajera) sino por lo que se habrá aprendido del uso de las nuevas herramientas, deberían potenciar servicios especializados que garanticen la fiabilidad de las transacciones entre partes de distintos países, como los agentes escrow, quienes otorgarán confianza a las partes que quizá ya no necesiten verse físicamente.

Por último, compete también a las autoridades, a los legisladores y a los gobiernos, adaptar la realidad del ordenamiento jurídico a un mercado donde pesará tanto el volumen del cliente presencial como el que no lo es. Deberán abandonarse las obsesiones intervencionistas y la permanente sospecha del Estado hacia el ciudadano como un presunto infractor que piensa solo en cómo evadir impuestos o soslayar las legislaciones anti-blanqueo de capitales. Deberán crear normas que partan de la base de que detrás de las transacciones puede sencillamente haber una cadena criptográfica fiable y rastreable. Así mismo, el cliente, el inversor llegará a no ser necesariamente una persona o una entidad. Las nuevas fórmulas de compras por participaciones fraccionadas o “tokenizadas” aseguran el acceso al mercado del arte a gente sin tantos recursos a priori.

Y por último, deberán incorporarse expertos nuevos a las administraciones tributarias capaces de crear sistemas sencillos pero modernos de tributación de esas operaciones comerciales. De toda la visión optimista del escenario posterior a la crisis sanitaria mundial del Covid-19, quizá la respuesta y ayuda del Estado sea la que menos optimismo nos ofrezca.

JAVIER DE LA VEGA- ABOGADO