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Además de los requisitos en materia de cumplimiento que las grandes empresas están incluyendo en el proceso de selección de proveedores, se está difundiendo en el mercado la necesidad de vigilar el cumplimiento de los proveedores, los clientes y los trabajadores.

Las empresas son cada vez más conscientes del riesgo de contagio o contaminación de una situación de incumplimiento por parte de una empresa con la que se mantiene una relación continuada. Por motivos éticos o estéticos una empresa no querrá ser emparentada públicamente con otra que ha salido en los medios como investigada o condenada por un delito grave.

La obligación de control sobre los proveedores a los que se externalizan funciones críticas se convierte en una vigilancia permanente de eventuales incumplimientos que puedan generar responsabilidad para la empresa que los contrata. El afán de evitar la culpa in eligendo y la culpa in vigilando lleva a muchas empresas a elaborar un mapa de relaciones y a evaluar a las otras empresas con el fin de tomar decisiones sobre quién es apto para hacer negocios con la empresa y quién no.

Un antecedente claro y plenamente consolidado es el de la calidad y la trazabilidad alimentaria, en la que cada parte de la cadena de suministro debe controlar a la anterior, la que le entrega la materia prima o elaborada. Otro ejemplo es el de la ISO 9001, en la que el control de la calidad se extiende a toda la cadena de suministro.

Esta vigilancia permanente, y la exigencia de estándares éticos y de cumplimiento puede provocar, a la larga, una exclusión del mercado de las empresas que no ofrezcan garantías de cumplimiento.

Por contra, las empresas que dispongan de un modelo de cumplimiento y puedan acreditar su voluntad de hacer frente a sus obligaciones legales y contractuales, verán reducido ese riesgo de exclusión.

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