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Si hoy les preguntara si han comprado alguna vez un producto falsificado, o si conocen de alguien que lo haya hecho, probablemente la respuesta sería un “sí” rotundo en la práctica totalidad de los casos. Y es que las falsificaciones son una constante en nuestra sociedad. Se encuentran al alcance de todos, tanto en las calles como en Internet. Pero como diría el gran Fernando Jáuregui, mal de muchos, epidemia.

Con este artículo no solo se pretende ofrecer una imagen de la situación de las falsificaciones en la actualidad en España, sino que también se quiere advertir al lector de las graves consecuencias que dichas falsificaciones generan en el mercado, tanto para los titulares de derechos marcarios, como para los propios consumidores.

Según los datos de la Agencia Tributaria (AT), en 2018 se produjo un ascenso en el número de incautaciones, llegándose a la friolera de 3.3 millones de productos falsificados, cifra superior a la del año 2017, en el que se incautaron cerca de 3,1 millones de productos falsos. El valor de lo interceptado superó los 70 millones de euros.

Siguiendo con los datos facilitados por la AT, entre los sectores económicos en los que más productos falsificados se incautan se encuentran aquellos en los que ha sido común la existencia de falsificaciones durante años, pero el auge de las tecnologías de la comunicación coloca en lo más alto de la lista los dispositivos electrónicos.

Por orden de importancia, los sectores en los que más falsificaciones se han incautado, son:

  • Teléfonos móviles, equipos electrónicos y componentes: 2.179.906 unidades incautadas, lo que representa la friolera del 66.11 % del total.
    Perfumes, cosmética y otros productos aseo personal: 368.419 unidades incautadas, lo que supone un 11.17 % del total.
    Ropa, calzado y complementos: 204.961 unidades incautadas, lo que implica un 6.22 % del total.
    • Juguetes y juegos electrónicos: 188.139 unidades incautadas, lo que viene a ser un 5.71 % del total.
  • Las falsificaciones tradicionalmente se han centrado en el sector de los productos de lujo, los cuales, siendo inasequibles para la mayoría de los mortales, y a su vez, tremendamente deseados, eran objeto el objeto principal de las copias unas burdas y otras muy refinadas. Pero ahora vemos cómo la incautación de productos de lujo no se acerca ni de lejos a las incautaciones relacionadas con productos electrónicos. Y es que, si nos atenemos a los datos proporcionados por las AT, sorprende ver cómo entre los productos de joyería (50.277 unidades incautadas, 1.52 % del total), de relojería (28.308 unidades, 0.86 % del total) que, sumados a los ya señalados de moda (ver supra) y de perfumería (ver supra), sectores todos ellos muy relacionados con el lujo, no llegan siquiera al 20 % del total de los productos incautados.

    Estos datos reflejan claramente el cambio que está sufriendo la sociedad. El objeto de deseo no es tanto el objeto de lujo como lo último en tecnología, lo que ha modificado los patrones de compra. Y por tanto los objetivos de los falsificadores.

    Pero poco importa en qué sectores se falsifique más. Lo que realmente importa es que existen falsificaciones porque hay una demanda de unos productos deseados e inalcanzables, o casi. Y la falsificación genera múltiples consecuencias negativas, tanto para los titulares de marcas, que ven como sus productos legítimos están siendo copiados -con el detrimento que esto supone para su imagen comercial y el daños moral a la fiabilidad de sus productos-, como para el Estado, que deja de percibir impuestos, los trabajadores que ven amenazados sus puestos de trabajo y los propios consumidores que frecuentemente ven defraudadas sus expectativas ante un producto falsificado.

    Porque no nos engañemos, hoy en día, se falsifica de todo. Se falsifican alimentos, medicamentos, motores, productos químicos, productos biológicos y un largo etcétera. Y no nos olvidemos que el que existan falsificaciones lo único que consigue es que haya más desempleo, se cierren empresas e incluso, y lo que es más trágico, se produzcan accidentes y/o problemas para la salud de los ciudadanos.

    El mundo de las falsificaciones genera otras muchas dudas, por ejemplo, ¿de dónde vienen esos productos falsificados? ¿Dónde se venden? ¿Cómo llegan?

    Los falsificadores son realmente duchos en el comercio internacional. De hecho, el producto falsificado puede proceder de cualquier punto del planeta, aunque hay países más dados a la falsificación, como China, el principal productor de productos falsificados del mundo (el 63 % del total mundial). Otros países con altas tasas de productos fabricación de productos falsificados son Turquía, Vietnam, Hong Kong o India.

    Este tipo de productos en su mayoría son enviados por correo postal o por mensajería a la dirección del comprador. Según datos de la AT, estos canales suponen el 65% y al 11% respectivamente de los métodos de transportes. El 63 % de todas las incautaciones de productos falsificados y pirateados realizadas por las autoridades aduaneras han sido envíos en paquetes pequeños. El medio marítimo es el preferido por los falsificadores para enviar sus copias a gran escala, habiéndose incautado casi el 65 % de los grandes envíos de mercancías falsificadas en puertos marítimos.

    Tradicionalmente el canal de venta de estos productos eran tiendas clandestinas o los famosos “top manta”, pero con el auge de las nuevas tecnologías y de Internet y el comercio electrónico, existen múltiples páginas web, plataformas de “e-commerce” etc. donde se encuentran este tipo de productos, que se entregan “puerta a puerta” y donde es muy difícil conocer la identidad del infractor. Y a las plataformas de venta online les cuesta mucho trabajo (y muchas ni siquiera se plantean) luchar en defensa de la propiedad industrial e intelectual.

    Los medios aplicados a la lucha contra el mundo online de las falsificaciones son claramente insuficientes. Las facilidades para la infracción son muchas (empresas de tarjetas de crédito, de transporte y de distribución de mercancías que operan de manera global) y los actores implicados rechazan su responsabilidad y manifiestan que son simplemente medios al alcance de cualquiera y que la responsabilidad de cómo se utilicen es del usuario. Desde las administraciones públicas, especialmente las locales, hay cierta falta de implicación, que en algunos ayuntamientos es una permisividad que roza lo escandaloso, lo que dificulta la eliminación de este problema ya que, como podemos comprobar, a diario se tolera la venta impune de productos falsificados.

    Estas compañías y autoridades olvidan que con las falsificaciones no solo pierden los titulares de marcas, sino también los comerciantes, los trabajadores y los consumidores. Este fenómeno solo genera graves consecuencias y desafíos para los ciudadanos. No nos engañemos, los productos falsificados carecen de los controles sanitarios y de salud que tienen los originales y son elaborados en condiciones mucha veces infrahumanas en países que carecen de garantías para su población. Esto solo se puede traducir en en riesgo para el consumidor, tanto para su salud, como para su seguridad.

    Según datos de la Agencia Tributaria, en 2018 se produjo un ascenso en el número de incautaciones, llegándose a 3.3 millones de productos falsificados, por un valor que supera los 70 millones de Euros.

    Todo ello sin contar con que detrás de la piratería no se encuentran comerciantes honrados que tratan de hacerse un hueco en el mercado de buena fe, sino que están mafias de crimen organizado, economía sumergida, blanqueo de capitales, tráfico de personas y de armas.

    Por eso, tiremos de la manta, no seamos partícipes en esta lacra, ni directa, ni indirectamente. Cada pequeña acción cuenta, y ojalá entre todos podamos conseguir que descienda el número de falsificaciones comercializadas en nuestro país. Protejamos nuestras marcas. Protejamos nuestra seguridad. Y lo más importante, protejamos nuestra salud y la de los que más queremos.