Emilio J. Zegrí Boada - Abogado
No resulta fácil enseñar a los abogados la utilidad del silencio, convencernos de que dejemos transcurrir el tiempo en silencio... Mi maestro Federico de Valenciano me decía: “Emilio, en los buenos despachos siempre debe haber un negociado del tiempo… mira esa cubeta –señalaba su mesa- ahí están amontonados los asuntos que arregla el tiempo…”
El tiempo pasa y mientras va transcurriendo puede, más bien suele, producir efectos benéficos. En el proceso penal, si el juicio se celebra enseguida, recién acaecido el hecho se parece demasiado a un linchamiento, por eso no me gustan nada los juicios rápidos. Un colega me decía una vez en la antesala de un juicio, ambos enfundados en nuestras togas: “esto no es más que un linchamiento perfectamente organizado” … el diagnóstico era casi exacto.
El transcurso del tiempo puede ser benéfico, serena los ánimos. Gracias a éste la mayoría de los allegados de las víctimas, obtienen el final del duelo, a veces sin embargo si pasan meses o años, el duelo no se cierra y la herida permanece. A los jueces les confiere una cierta distancia –suele tener efectos benévolos- parecida a la que dicen debe atesorar el historiador. Al acusado, le regala una atenuante de la pena denominada “dilaciones indebidas”. Sin embargo, hay algunos inocentes a quienes tampoco conviene la dilación, pues si el retraso es considerable, les puede suceder aquello que decía Oscar Wilde: “…lo malo es que cuando a uno le dan la razón ya no queda nadie allí para verlo”
En cuanto al silencio, tendemos a hablar y hablar. Cuantas veces el defensor compañero de estrados interroga al acusado o al testigo. Pregunta y pregunta sin cesar y vuelve a preguntar…y tras cada vuelta de tuerca, condena con más intensidad a su defendido… y hasta a los demás, también al nuestro. A su lado, un abogado viejo le fulmina con la mirada; él como si nada… sigue y sigue interrogando...
¿Por qué esta persistencia en no callar? ¿A qué viene el exceso verbal? No saben que jamás hay que hacer una pregunta cuya respuesta desconozca el interrogador? ¿Ignoran que resulta tan importante saber lo que hay que decir, como aquello de lo que hay que guardarse?
El silencio y el transcurso del tiempo, tienen mucho en común, ambos son primos hermanos de la inacción.
Quizás este miedo al silencio tiene que ver con el miedo al vacío, a veces con la inseguridad, otras con la falta de contenido. Decía Jardiel Poncela que quienes no tienen nada que decir suelen hablar a gritos. El asesino, le dice al inspector de policía que se va de la casa sin haberle descubierto que… “¡No hay un cadáver enterrado en su sótano! “qué idiota… es el vértigo del silencio: Excusatio non petita, confesatio manifesta, se dice, y también que el ser humano es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras.
Saber utilizar la reticencia y la perífrasis. Dominar bien las demás figuras del pensamiento. No ser el protagonista en las reuniones, creer de verdad que los abogados buenos no son los más activos, ni los más trabajadores. Dejar que el enemigo perezca por el impulso de su propio golpe, leer a Plutarco, su libro “Cómo sacar provecho de tus enemigos” plagado de sugerencias sobre cómo obtener partido de la acción del otro y de la pasividad propia.