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La tecnología avanza rápidamente, tanto así, que quizás dentro de algún tiempo -puede que no muy lejano- los episodios de “Black Mirror” ya no nos parecerán tan alejados de la realidad. ¿Qué me dirían si les dijera que puede ser posible leer el pensamiento? ¿Y mejorar nuestra capacidad mental?

Precisamente, uno de los objetivos de la empresa Neuralink, cofundada por Elon Musk, es crear una interfaz cerebro-computadora. La idea consiste en insertar un pequeño implante neuronal que permitiría la comunicación directa del cerebro con un aparato digital como un móvil o un ordenador, de manera que, uno mismo pueda controlarlos simplemente con el pensamiento, esto es, mediante la actividad cerebral.

La novedad que aporta este proyecto en el campo de la neurotecnología es la técnica de implantación y el diseño del chip que podría detectar en tiempo real más de 1024 canales de información del cerebro y transferir todos estos datos de forma inalámbrica.

Esto podría resultar beneficioso y facilitarnos la vida en muchos aspectos. En el ámbito de la sanidad, por ejemplo, sería tremendamente útil para personas que sufren enfermedades como el Parkinson o la Parálisis, consiguiendo que puedan controlar prótesis robóticas con la mente e incluso -he aquí lo novedoso- lograr, a corto plazo, una retroalimentación táctil.

Ahora bien, la idea última y a largo plazo, es lograr un híbrido entre el hombre y la Inteligencia Artificial. De ser esto posible, se abriría el viejo y necesario debate ético sobre los alcances o límites que deberían o no existir respecto a la tecnología por los posibles riesgos que pueda entrañar.

Cuando usamos internet, por ejemplo, vamos dejando huellas, pistas sobre quiénes y cómo somos (nuestras costumbres, gustos, preferencias…). Esos datos resultan ser una mina de oro: la publicidad y el marketing los aprovechan para enseñarnos aquello “que queremos ver”.

Cuántas veces nos ha aparecido un anuncio relacionado con algo sobre lo que hemos hablado y hemos tenido la sensación de que estamos siendo observados, controlados, que nos están leyendo la mente. Y eso que esos datos pueden ser hasta cierto punto inexactos, ¿se imaginan si los datos provienen directamente de nuestro cerebro? serían de un valor incalculable.

Además, por medio de internet tenemos acceso a una gran cantidad de información que puede ser verídica o no -como las fake news- pero que muchas veces creemos sin más, sin verificar y, por medio de la cual, podemos ser manipulados. Y es que la información que recibimos puede determinar cómo actuamos y cómo vemos el mundo y ello acaba repercutiendo en aspectos clave de nuestra sociedad como la política, la economía, etc. (El documental “El dilema de las redes sociales” resulta interesante en este aspecto).

Ahora, piensen que nuestro cerebro se conecta directamente con aparatos tecnológicos dando acceso directo a algo absolutamente preciado: nuestros pensamientos, emociones y recuerdos ¿se imaginan los riesgos que pueden haber si no se protegen debidamente estos datos?

¿Qué pasaría si, igual que pasa con un ordenador, sufrimos un “hackeo” y terceros, sin nuestro consentimiento, obtienen acceso a esa información privada? o ¿qué pasaría si nos introducen información falsa o nos crean falsos recuerdos? ¿Podremos distinguir nuestros propios pensamientos y tener criterio para decidir si la información introducida es falsa o verdadera y actuar en consecuencia?

Angélica Suárez